Jasmín Ojeda
El lugar era tan insoportablemente insulso, lleno de un vacio temible, la música era suave, cálida, tímida, dos, tres, cuatro tragos, se sentía suelta y dispuesta, su visión se volvía borrosa, su corazón se encontraba en cuenta regresiva, palpitaba tan rápido que parecía que saldría corriendo de su pecho, la sangre le ardía, sentía que perdía el control, sus manos parecían manejarse a voluntad propia, pensó que a él le pasaba igual, sentía hervir el liquido que corría por sus venas descontrolándola totalmente, el calor se exponía como vapor emanando de su cuerpo, sintió por primera vez aquellas manos salvajemente delicadas, parecían tan cuidadosas al rozar su piel, no querían lastimarla, los labios se encontraron, se sintieron, se hicieron presentes las fantasías prohibidas, sintió como su ser se purificaba a cada instante, en cada suspiro ardiente, él acariciaba su alma, resignificaba cada parte de su ser, se convertía en un hacer- hacer totalmente placentero, sus esencias pasaban de ser agua y aceite a cien por ciento liquido que pasaba a un estado de evaporación, ella no quería abrir los ojos, tenía miedo que al abrirlo todo se esfumara, sabía que esa noche todo acabaría, el se marcharía al amanecer.
Se atrevió, lo hizo, lúgubremente abrió los ojos y vio como la vida se le iba en una efímera lágrima, se había convertido en fuego y nuevamente se desvanecía en las cenizas de una pasión que moría en el fondo del mar, cerró los ojos y se aferro a él, tembló como el centro de la tierra, sintió como su motor se apagaba suavemente, desesperadamente y en silencio, la lucha entre la oscuridad y la luz estaba por finalizar, alguien tendría que ganar, mitológicamente el sol debía nacer nuevamente, ella suspiro, grito, suplico, se aferro, se negó, se ilusiono, calló, lloró, rió y nuevamente suspiro, un remolino de sentimientos y nada cambiaría, él se aferraba a ella, ella se aferraba a él, nuevamente se evaporaron el uno en el otro, un vicio fatal, la mirada, la pasión letal, agobiante, asfixiante, insoportablemente apasionada, silencio, silencio, silencio y nada, todo y nada, se recuperaba el uno al otro, se entregaban, eran y dejaban de ser, el volcán de su corazón escandaloso, el sol estaba por llegar, el día comenzaba a asomar, todo estaba por quedar en nada.
Nuevamente le suplico, él no dijo más, la calló con un beso, la apago en un silencio y volvieron a ser, él se acerco, la encerró, la encapsulo en el tiempo, en el espacio, la encerró en un cajón de su memoria, él sabía que no podía someterla al dolor fúnebre de falsas promesas, sabía que se iba para no volver, volver y no volver, jamás volver, no estaba en sus manos, simplemente no volvería, no podría seguir con la falacia más grande de su vida, un dilema de ser-parecer, y tenía que ser para dejar de herir el núcleo de aquella mujer que le había enseñado tanto, pero tenía que dejarla ir, vivir y dejar vivir, aunque esa noche solamente quería purificarse en ella, renovarse, volverse, entretejer con ella, esterilizar su ser para volver a la máscara de su verdad, ella y él eran prohibidos en cada estrato, en esta vida o en la otra, en cuántas vidas se encontrarán estaban sentenciados a no ser, aunque la vida sin ella no mereciera vivir, jamás la olvidaría, la llevaría siempre en su memoria, clavada entre su corazón, tatuada en cada centímetro de su piel.
Eran el espejismo de una vida, aunque el destino los reunió efímeramente, la vida amaneció y la luz de su universo se apago. Se fue como aquella vez, pero en sus sueños siempre se buscarían hasta encontrarse y volver a ser.