viernes, 28 de mayo de 2010

de Amores y Ausencias

por Jasmín Ojeda

de Amores y ausencias I


Ella siempre tomaba el autobús de las siete menos quince, subía y decía con su dulce voz, ¡buenos días!, pagaba seis con cincuenta, sonreía y mostraba su credencial de estudiante, caminaba despacio y tomaba el asiento de la fila izquierda junto a la ventana, siempre en el tercer par de asientos, se sentaba cogía los audífonos de su bolso y delicadamente los ponía en sus oídos y a partir de ahí volteaba la mirada para perderla en el paisaje que encontraba a lo largo del trayecto.

Él siempre la observaba desde su asiento, que siempre era el que se encontraba adelante del de ella, la veía y moría de ganas por siquiera rozar su piel o acariciar sus cabellos, mirarla a los ojos y decirle cuanto la quería, quería decirle como latía su loco corazón desesperado cada que subía ella al autobús y pasaba frente a él sin siquiera notar que existía, quería decirle cuan enamorado estaba de ella, desde la primera vez que la vio subir al autobús de las siete menos quince, pequeña, suave y delicada, simplemente hermosa la única mujer ante sus ojos, la más bella de la colonia.

La observaba cuando pasaba frente a él y luego cuando ella tomaba el asiento, el cerraba los ojos, sentía el perfume de ella cruzar en sus fosas nasales hasta penetrarse en su corazón y así soñaba que se encontraban en un lugar desconocido para él, imaginaba un mundo alterno en el cual se encontraba con ella para compenetrarse a un solo corazón para poder así amarla cada noche y cada mañana al despertar, donde él podía gritarle con susurros cuanto amor tenía para ella y ella complacida aceptada cada nuestra de amor por mínima que esta fuera, cada mirada, beso y caricia era recibida con disimulada satisfacción.

Cuando ella volvía la mirada al frente era porque sabía que debía bajar, se ponía de pie y caminaba con cuidado para no caer, le sonreía al chofer y le pedía amablemente la parada, esto sucedía todos los días, ella bajaba y su olor se perdía en el aire hasta que él no podía sentirla más, y sus ojos se entristecían por aquella ausencia, pero se tranquilizaba al saber que tendría que esperar sólo veinte y cuatro horas con cuarenta y cinco minutos para volverla a ver, lo desesperante era cuando el viernes llegaba pues serían setenta y dos horas de larga espera.

Esta fue su rutina a lo largo de dos años, hasta el día en que decidió hacerse notar, para que ella descubriera que el existía y que la amaba con toda el alma y el corazón ardiente por ella.

Esa mañana el espero el autobús una cuadra después del lugar en el que ella subía esto para subir después de ella y tomar el asiento continuo al de ella, tomo el autobús y luego busco la mirada de aquella hermosa mujer, pero como era de esperar ella sólo veía ensimismada aquel panorama que le ofrecía la naturaleza, el pregunto si podía sentarse y ella sólo lo miro, hizo un gesto de afirmación, sonrió y volvió la mirada hacia la ventana, parecía desconectada de la realidad, con sus ojos fijos al paisaje, él la miraba y repetía en su mente, “¡mírame, mírame!”, con tanta intensidad lo deseaba que cualquiera hubiese volteado a verle, pero la mente de ella parecía impenetrable, como de un acero infalible e imposible de penetrar.

Él se acercó y pudo sentir el olor de su perfume tan cerca que ella no pudo notarlo. Para él fue un viaje inolvidable que no importo tenerla tan cerca espacialmente y al mismo tiempo tan distante, ausente, perdida, lejana. Para él lo importante era el simple hecho de encontrarla a su lado, y poder sentirla, contemplarla.

Estaba tan cerca de ella como nunca lo había estado, estaba a punto de hablarle cuando sus intensas suplicas mentales parecían cobrar efecto y ella comenzaba a volver la mirada hacia el lentamente, y por su cuenta, el cerro lentamente sus labios para no delatar que estaba a punto de intentar dar inició a una conversación donde ella sería la protagonista.

El tiempo parecía encapsularse en ese momento en el que ella lo vería por vez primera y él le confesaría a corazón abierto todo lo que sentía, cuando ella logro encontrar su rostro, y las miradas se encontraron como si se hubiesen buscado toda la vida, él se quedó ensimismado por instante sin saber que decir, ella sólo sonrió, él se sintió paralizado ante la impresión de verla frente a frente como tanto había anhelado, cerró los ojos por un segundo y sintió que el tiempo se detuvo, imagino que todo quedó suspendido por un instante y en su mente quedo plasmada la imagen de la mirada de aquella hermosa joven, insoportablemente bella, delicada, suave y pequeña, su ojos como dos luceros iluminando sus noches de silencio y oscuridad, su mirada santa que lo salvaba de las tinieblas, en un instante pudo sentir sus manos suaves, sus manos delgadas y suaves como el algodón, sus manos tocaron su pecho y el sintió la gloria en ese momento, entonces se animó a abrir los ojos para decirle al oído sigiloso cuanto la amaba y cuanto había esperado ese momento, sus ojos abrió suavemente pero lo que se encontró lo asusto, cuando sus ojos se abrieron lo primero que lo recibió fue una expresión de horror en aquella mirada santa, los ojos se invadieron de un terror inexplicable, cuando sólo alcanzo a escucharse aquella dulce voz gritando desesperada “¡aguanta un poco, sólo un poco más, vamos, vamos!”, el sintió como el cuerpo se le estremeció, sintió un calor que le hizo hervir la sangre en un instante, miró sus labios, finos, de un color carmesí que nunca había imaginado tan perfecto y todo se apagó en un silencio luego el busco su mirada y ella lo miro a los ojos entonces él supo que debía grabar como en sus ojos esa escena, y lo hizo pues quedo como una fotografía plasmada en sus pupilas, hasta que sintió como se desprendía de su cuerpo inerte, sintió como se mezclaba con el aire y la gente que pasaba podía pasar a través de él, lo cual lo llevo a poder ver lo que sucedía, un completo caos fue lo que encontró, la gente gritaba desolada, muchos gritaban solicitando médicos, otros pedían ayuda desesperados, otros lloraban y algunos caminaban lamentándose.

La mujer que tanto adoraba intentaba reanimar aquel cuerpo desesperada, con lágrimas en los ojos y la mirada llena de horror ante la escena, era estudiante de medicina, iba justo a la mitad del proceso educativo y no podía hacer nada para reanimar al cuerpo de aquel hombre, desesperada intentaba darle respiración boca a boca, y el parado frente a ella sin poder decir nada sentía como el aire de vida que ella le regalaba entraba por sus vías respiratorias, y se tocó por un instante el pecho pero no era suficiente lo que ella le regalaba, el ya no era de ese plano, ya pertenecía a otro mundo y sólo estaba para verla por última vez.

Cuando cerró los ojos por primera vez la felicidad que invadió su corazón fue como un líquido efervescente rebosando de espuma y no pudo notar el momento del impacto, cuando el chofer por un instante creyó ganarle al tren, pero sus cálculos fueron malos y el impacto fue inevitable, el ruido fue estridente para el oído humano, pero más para el cuerpo que yacía ya inerte con aquella mujer desesperada intentando reanimarlo sin resultado alguno. La esencia de aquel hombre no podía más que contemplar a la mujer de sus sueños llorando ante aquella ausencia, el momento que el tanto espero culminó en el encuentro de aquellas miradas, quedo cristalizado en sus pupilas y su esencia de vida se desvaneció en un instante.

Ella siempre toma el autobús de las siete menos quince, sube y entrega en sus manos al chofer seis con cincuenta, muestra su credencial de estudiante, caminaba despacio y tomaba el asiento de la fila izquierda junto al pasillo, siempre en el tercer par de asientos, se sienta voltea a ver a todos los pasajeros, cierra los ojos un instante y a la par de la acción saca los audífonos de su bolso y delicadamente los pone en sus oídos y a partir toma el asiento de la ventanilla luego voltea nuevamente a ver quiénes van en el autobús y vuelve la mirada para perderla en el paisaje que encuentra a lo largo del trayecto.

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